La vida de Paloma Valentina contada por su mamá

El último fin de semana, la comisión organizadora de los «Carnavales Ramallo 2020», conjuntamente con la Municipalidad, le realizó un homenaje a quien fuera en vida una distinguida y permanente animadora de los corsos de Ramallo, al bautizar el corsódromo con su nombre.

Stella Ruíz, mamá de Paloma, contó en una entrevistada con RADIO META como fue la infancia de su hijo Luciano que llegando a la adolescencia se transformó en Paloma Valentina, la figura excluyente de los carnavales de Ramallo.
“La infancia de ella fue muy linda, iba al campo a visitar a su abuela María Ester, con su hermana Soledad y hermano René. Cuando les decía a la mañana que íbamos al campo, salían todos corriendo. Era terrible vago, vamos a llamarlo así”.
“Cuando tenía 15, 16 años, empezó a salir a las confiterías de acá y los domingos a la tarde se iba al puerto. Le gustaba mucho andar, tener amigos. La querían mucho, se veía, le demostraban cariño”.
“Un buen día le pregunté en qué andaba y me dijo que se había hecho homosexual. Un poquito costó y ya después empezamos a aceptar. Nos pusimos de acuerdo”
“Vivió un tiempo con nosotros y después se fue a San Nicolás, era muy querida y respetada también allá. San Nicolás era su mundo”.
“Ella empezó a bailar en el corso, porque nosotros (los padres) le contábamos que bailábamos en comparsas cuando éramos solteros. Los trajes todos los años se los hacía ella. Mucho brillo, mucho glamour. En los corsos no la dejaban avanzar. José María (Gorostiza) decía: ‘enciendan celulares´ y la gente se enloquecía”
“Ella hacía teatro en Mar del Plata, se iba en diciembre y volvía en marzo. Cuando venía a Ramallo no podía salir a la calle. En el centro la gente la enloquecía».
“Me decía que quería las lolas porque trabajaba con el cuerpo, justo me llegó una plata de un accidente, ella ya había hablado con el cirujano, se había hecho el pre quirúrgico, había averiguado el precio que eran 50 mil pesos. La llame un día y le dije que tenía lo que quería”.
“De grande tenía amistades, la mitad eran gays, homosexuales, todos los amigos, me los traía a almorzar y me daba cuenta que eran como ella, pero en mi casa nunca se discriminó a nadie, mi familia la adoraba”.
“Se quería venir a vivir acá. Quería un coche, un Ford K, también una moto. Era muy alegre, siempre. Le pedías un favor y estaba al pie del cañón. Vivía y se desvivía por sus sobrinos”.

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