Elvio le escribió a Diego

Aquella Tota de las milanesas, aquel Don Diego de los revoques y los andamios criaron a un chiquito de patas flacas en los canutillos de las barriadas, en el hedor de las escaseces, en la esperanza de un numerito a la quiniela. Pero antes de eso algo pasó: el dios de los zurditos lo ganó en una timba mano a mano contra el diablo colorado. Un treinta seco, y a llorar atrás del muro. Lo tuvo un tiempo de ladero, un petiso culo hervido esquivando nubes, haciéndole un túnel a la luna, o clavándole en el ángulo una bolita de nieve al mismo Pedro. ¡La pucha este pendejo descarriado! Largalo de acá que nos va a complicar el protocolo.

Y así, el dios de los zurditos, lo soltó en tobogán una mañana, quedó aliviado de no tener que lidiar con un pendejo que era casi una pelusa, un rompehuevo.

En Fiorito era otra cosa, lo mismo en Paternal, donde los viejos de primera temblaban porque se hablaba de un pibito de catorce que la llevaba atada.

Fue más o menos ahí cuando abrieron el predio los bocones. El primero fue Gatti, murmuró que el Diego “es un gordito”, y se comió cuatro bombones y hasta luego. Después hubo chorrera de ladrones que lo exprimieron, séquito de vividores que amasaron fortunas con las piernas y las manos del diez.

Tanto tiempo y a la vez tan poco. Tanta magia, tanto golpe, tanta palabra, tantas alegrías, para tener que enterarme en un ascensor del Fleni que el Diego se había ido. ¿A dónde se iba a ir el Diego, si en casi todo el mundo le han cerrado el pasaporte?

Le cantó a más de uno las cuarenta. Y se la fueron devolviendo pedacito a pedacito, como les encanta hacer a los grandes privatizadores de alegría. No entraba en el canon: pagaba cafés a los amigos, facturas médicas a los necesitados, y para taparle la jeta no había soquete que aún se hubiera fabricado. No armó ninguna sociedad de beneficencia para entrar en el Guinness de familias ejemplares, y evitó el silencio políticamente correcto que suele ser festejado como una virtud cardinal.

Ahora que no está visible siguen boqueando los ceos destrozadores de maravillas. Se animan porque piensan que el Diego murió, tengan cuidado, a ver si una noche les sale de entre las sábanas y se orinan como antes.

Elvio Zanazzi (escritor ramallense)

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